“¿Y si el famoso milagro socialista español… no fuera socialista?”
Alban Magro es investigador asociado del Instituto Thomas More.
Desde la primera mitad del año, hemos escuchado una pequeña música que ha resonado particularmente como el éxito del verano de 2025: la del famoso milagro “socialista” español.
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El entusiasmo va bien en los banquillos de izquierda y, a primera vista, hay razón: España gana varios premios a la excelencia del consejo de clase europeo, con un crecimiento del 2,6% en 2025 (frente al 0,6% de Francia y una zona del euro que registra resultados similares), un consumo sostenido y una deuda pública, ciertamente sustancial, pero limitada en comparación con la de Francia (100% del PIB frente al 113%).
Si la historia de la izquierda francesa –que se apresura a proponer duplicar el modelo español para instaurar urgentemente una política (aún más) socialista en Francia– halaga los oídos, el engaño de su enfoque reside en los elementos que esgrime para explicar este “milagro” económico. De hecho, los socialistas no dudan en enumerar sus supuestos éxitos ante las narices de los liberales, obligados a admitir su error. Atribuyen el desempeño de la economía española al espectacular aumento del salario mínimo (un 61% desde 2018), la proliferación de contratos indefinidos y una fiscalidad reforzada sobre los superbeneficios. Argumentos que esgrimen como prueba contundente de que una política de “izquierda” puede hacer prosperar una economía moderna.
¿Qué pasaría si les dijera que estos elementos son en realidad sólo los señuelos de una estrategia global seria, más “correcta” en sus cimientos y anclada en la realidad que en la utopía? En otras palabras: si os dijera que el famoso milagro socialista español… no es socialista.
Estamos ante un marco que es más disciplinado y más competitivo de lo que sugiere la etiqueta “socialista”.
Alba Magro
Para empezar, España lleva varios años poniéndose al día, lo que engaña al ojo inexperto haciéndole confundir dinámica y nivel. Entonces, cuando leemos “+61% para el salario mínimo”, debemos mirar más hacia niveles absolutos. Por ejemplo, el salario mínimo español sigue siendo muy inferior al salario mínimo francés, 1.200 euros brutos frente a 1.800. Añadamos que España puede basar sus resultados en un turismo excepcionalmente potente, que representa alrededor del 15% del PIB, frente al 9% de Francia. Menos expuesto a los sectores industriales afectados por las tensiones comerciales mundiales, también se beneficia de costes laborales significativamente más bajos: alrededor de 25 euros por hora frente a más de 43 en Francia.
Entonces, España muestra unos resultados presupuestarios y financieros que harían soñar a muchos liberales franceses. Su gasto público representa alrededor del 45% del PIB (frente al 57% en Francia) y su déficit público ronda el 2,8% del PIB (cuando el nuestro supera el 5,8%). Sin olvidar la edad de jubilación, que ya se ha elevado hasta casi los 67 años, sin mayor bloqueo político. En resumen, tenemos ante nuestros ojos un marco más disciplinado y competitivo de lo que sugiere la etiqueta de “socialista”.
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En otras palabras, los buenos resultados españoles se explican menos por decisiones espectaculares que por la solidez del marco en el que se desarrollan. Un país puede darse el lujo de aumentar sus salarios cuando sus finanzas son estables, su gasto está bajo control y sus negocios no se están desmoronando por los costos. España está hoy recogiendo los frutos de un esfuerzo de racionalización presupuestaria y de reformas estructurales que le permiten combinar progreso social y competitividad.
Esto es exactamente lo que podría suceder en Francia si tuviéramos el coraje de aflojar el dominio fiscal y administrativo. Un directivo de empresa puede aumentar los salarios cuando el Estado deja de quedarse con una parte excesiva de cada euro pagado. Por ejemplo, por 100 euros de salario bruto, un empleador francés suele pagar entre 40 y 45 euros en cotizaciones a la seguridad social, mientras que en España esta carga ronda los 25 o 30 euros. Esta brecha por sí sola resume parte del “milagro”.
Finalmente, la demostración anterior conduce a la airada pregunta que lo resume todo: ¿por qué la izquierda francesa afirma seguir el modelo español cuando los fundamentos allí son mucho más liberales que aquí? Respuesta simple: etiqueta. Como España está gobernada por Pedro Sánchez, un socialista, algunos ven esto como una validación ideológica. Pero los resultados españoles son los de un supuesto pragmatismo: equilibrio presupuestario, reforma del mercado laboral, apertura a la inversión y fiscalidad inteligente.
Básicamente, se trata de comparar puntos de partida: costos, estructura productiva, finanzas públicas, pensiones. Haga el ejercicio para Francia y se sorprenderá, o mejor dicho, tendrá lucidez sobre los países a los que realmente nos parecemos cuando hablamos de fiscalidad y gasto público.
